Babilonia
Muertos de Risa por María Eugenia Lozano

Qué muerte más dulce; o al menos, eso creen algunos que diría quien dejase este mundo a causa de una carcajada incontrolable, ya que no podemos preguntar después si ha sido una experiencia que se estaría dispuesto a repetir, como con las natillas. Lo más probable, es que cuando el muerto se dé cuenta de que se ha muerto por culpa del chiste que le contó el graciosillo de su cuñado, o por el resbalón que dio su colega en el borde de la piscina antes de lanzarse de púa, se le corte la risotada como el huevo en la leche, y en lugar de un postre delicioso, se coma una plasta grumosa con un recuerdo agrio en el gaznate.
Llegará el día en el que se considere que la risa atenta contra la salud pública y se convierta en un vicio socialmente poco aceptado, restringido por nuevas leyes que obligan a colgar en la entrada de cada establecimiento el cartel de “Prohibido reír”. La gente, entre cerveza y cerveza, se agolparía en las puertas de los bares para echar un chiste rápido antes de volver a reunirse con las personas más serias y concienciadas de su salud; los humoristas serían perseguidos, acusados de las muertes más desternillantes; las películas de comedia, vetadas en los cines y los videoclubes, sólo se podrían comprar en el mercado negro; y los libros que contengan un ápice de sentido del humor, serían quemados en la plaza de cada pueblo.
Pero como la mayor parte de la gente seguiría sin poder parar de reír, totalmente despreocupados de que cualquier día les puede tocar a ellos, la alarma de contagio e invitación al jolgorio desinhibido, llevaría a las autoridades a aplicar prohibiciones más severas como la Ley Seria. Entonces, el alborozo de la risa sólo podría practicarse en sótanos clandestinos, donde el cartel de la puerta, sería similar a esos triángulos amarillos que avisan de peligro de muerte por alta tensión, sólo que en este caso, la figura humana, en vez de caer de espaldas, está doblado hacia delante agarrándose las costillas, y en lugar de un rayo sobre la cabeza, hay escrito un jajaja.
Dentro de estos garitos, las criaturas más viciosas se partirían el espinazo enseñando hasta la última muela, con algún que otro susto que termina en una ruidosa carcajada a coro, al comprobar, que el único desastre asciende a unos pantalones mojados, mientras un diestro monologuista cuenta el suceso de aquel pobre que se moría de risa y de risa se murió.